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  Mitos y Leyendas
 

Batalla del Clavijo

En el siglo IX, posiblemente, tuvo lugar en tierras de Albelda y muy cerca del monte Laturce (Clavijo), una espectacular batalla entre los ejércitos árabes y cristianos. Sobre dicha contienda se ha escrito mucho a lo largo del tiempo, y casi todo ha servido para tergiversar los hechos y crear dudas sobre la misma. Los textos más fiables que describen como fue aquella triste y desagradable realidad figuran en el "Cronicón Albeldense", escrito por el monje Vigila y sus colaboradores Sarracino y García entre los años 938 y 976 en el monasterio de San Martín de Albelda.

Una de ellas narra como Ramiro I, en la batalla de Clavijo, venció a las tropas de Abderramán II ayudado por un jinete sobre un caballo blanco que luchaba a su lado y que resultó ser el Apóstol. A partir de entonces surgió el mito que lo convirtió en Patrón de la Reconquista. Lo que sigue es una versión de lo que pasó en esa batalla...

La batalla fue desgraciadisima para los cristianos, tras la cual se retiraron a llorar su infortunio al próximo cerro de Clavijo. Fatigado por la batalla, Ramiro I se durmió y se le apareció en sueños el Apóstol Santiago...

"Sepas que Nuestro Señor Jesucristo repartió a todos los angeles, mis hermanos, las provincias de la Tierra y a mí sólo dió España, y se fuerte y firme en tus hechos, que yo soy Santiago Apóstol de Jesucristo y vengo para ayudarte. Y sepas por verdad que en la mañana vencerás con el ayuda de Dios todos estos moros que te tienen cercado, aunque morirán munchos de los tuyos, a los cuales les aparecerá la gloria del paraiso. Y por que esto es cierto me verás en la mañana encima de un caballo blanco con una capa blanca y una grande espada reluciente en la mano. Y luego en la mañana te confesarás y recibirás el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo y hecho esto no dudes de ir a los moros llamando 'Dios ayuda a Santiago' que sepas ciertamente que todos los vencerás y les meterás espada".

Después el Rey se sintió muy comfortado y le llamó a sus altos hombres y les contó lo que había soñado. Dieron muchas gracias a Dios y lo alabaron en su Santo Nombre. Y como el día iba esclareciendo, oyeron Misa y recibieron los Sacramentos, los cristianos fueron fuertemente contra los moros llamando 'Dios ayuda Santiago.' Fue entonces cuando vieron al Apóstol con gran compañía de angeles como caballeros armados que parecía a los moros que era muchísima gente que venía en su socorro. Los moros comenzaron a huir. Pocos escaparon, murieron setenta mil y muchos otros fueron capturados.


El Ánima del Molino

En la acogedora y rústica cocina de la casa de don Pantaleón Jacobo ( “ Don. Pantaleón el de las pastas ” ), como era conocido popularmente, mientras saboreaba un rico “taco” de chicharrón con chile y la señora de las casa vigilaba a la aromática “cocada” que hervía en un caso sobre el “fogón” de ladrillos, don “ panta ” boleaba las “pastitas” de leche y nos obsequiaban con una de sus fantásticas y sabrosas pláticas sobre “ muertos ”, “espantos” y apariciones de animales raros y casi mitológicos como la “sierpe”, al “ perro de dos cabezas ”, el “ vampiro de las grutas ”, etc.

Una servidora frecuentaba la casa de la familia Jacobo por cierta amistad y cuestiones de trabajo con Ma. Elena la mayor de las hijas mujeres, que laboró algunos años como alfabetízante en la escuela donde yo prestaba mis servicios y como siempre eh sido muy “dulcera” me gustaba sobremanera la cocada calientita y además como ya mencioné anteriormente, algunas veces caía “ a la hora de la cena” y era imposible negarme a la invitación de la familia a compartir la mesa y sobremesa que amenizaba el jefe de la familia con su también sabrosa plática.

Hubo una que recuerdo siempre cuando viajo rumbo al oriente cuyo paso obligado por la carretera hacia la capital del país, Nico hace contemplar el vetusto en un tiempo famoso “Molino de Santa Rosa”, cuyo auge tuvo lugar a principios de nuestro s. XX y cuyo valor siempre fé estimado hacia 1911 por los de su propietario Don Miguel Barreneche y herederos de 5,000.00 pesos. Este molino de trigo pertenecía a la hacienda de Santa Rosa Jaripeo jurisdicción de nuestra antigua Taximaroa.

Nos platicaba “ Don Panta ” que cuando estaba recién casado, tenia un compadre que trabajaba como “ velador ” en dicho molino y que ya quería renunciar al empleo porque seguido lo “ espantaba ” un “ muerto ” que lo dejaba “ Trabado ” del susto y que a pesar de que le hablaba nunca le pudo entender nada. “ Don Panta ” le aconsejó que se armara de valor y se hiciera a acompañar de el mismo porque tenía seguridad de que el quería, enseñarle o darle algo valioso.

Después de algunas discusiones y tratar de convencer al compadre de que a lo mejor le tocaba salir de pobres, acudió una noche en su compañía, y efectivamente como a las 12 de la noche se les apareció, el "muerto" en forma de una persona del sexo masculino de mediana edad vestido como los de antes" hacién¬doles señas de que lo siguie¬ran. Los dos compadres, aunque casi desmayados de espanto, lo siguieron hasta el ¬pié de un árbol donde después de señalar hacia un punto desapareció silencio¬samente. Una vez que se repusieron acordaron ir al interior del molino por una pala y un pico con los que dedicaron a escarbar donde les había indicado el "anima” y como un metro y me¬dio bajo tierra encontrarói1 una olla con "tejos" y monedas de oro macizo quedándose helados al escuchar una voz profunda y cavernosa que les decía: “Sáquenlo” sin ambición y sin que le “pegue” la luz del sol". Pusieron manos a la obra y sacaron la olla con su valioso contenido, se sentaron a descansar un poco y comenzaron a platicar, el compadre entusiasmadísimo decía: ahora si “ Panta ”, con tanto dinero nos vamos hacer ricos y hacer que otros trabajen para nosotros, yo por mi parte voy a humillar y a maltratar a los *$&%(I! ricos que conmigo lo han hecho, atener un montón de "viejas", y a "parrandeármela" diariamente, voy a prestar dinero a rédito y a quedarme con propiedades¬ carros y mas cosas para hacer mas grande mi riqueza. "Don Panta" lo escuchaba y pensaba yo creo que mi compadre ya esta "azogado" (se cree que al sacar dinero enterrado este suelta un gas llamado "azogue" que mata o vuelve locos a los que lo aspiran) y le dijo: Compadrito, mejor ya vamonos que no tarda en amanecer y el '"anima", muy claro nos advirtió que no
ambicionáramos nada respecto al "entierro" y que no le pegara el sol.

Así lo hicieron, pero al tratar de levantar la gran olla esta solamente se movía unos cuantos centímetros por lo que sudorosos y fatigados los sorprendió el amanecer y ¡ oh sorpresa y desilusión !, cuando lograron llegar al "Camino Real" ya, con el sol como media "garrocha" de alto destaparon la olla que habían cubierto con sus "yompas" ( especie de camisas de mezclilla ) y ante sus azorados ojos, las monedas de oro fueron transformándose en carbón.

Así terminó su relato el buen "Don Panta" diciendo: toda la culpa la tuvo el ca…ambisioso de mi compadre al que desde entonces, le negó el habla".



EL "CERRO DEL FRAILE" (Cuento)

Cuando el nombre de la antigua Otompan - Tlaximaloyan ("Lugar donde vive el Otomí" y Lugar donde se corta la madera") ya había sido reemplazado por el de Taximaroa: bastión del inconquistable reino Púrhépecha, tuvo lugar la llegada de los conquistadores españoles Cristóbal de Olid y "El Tigre" Nuño de Guzmán, cuyos cañones al derrumbar la "Uatzotacate" (muralla), fortificación hecha de troncos de encino de más de 3 metros de alto por 1.70 metros de espesor que defendía la integridad del reino "Michoaque" (Michoacán), destruyeron también siglos de Tradición, Cultura y Teogonía Otomí - Púrhépecha, cosa que nunca lograron realizar los ataques de ejércitos enemigos como los Tecos, Matlanzincas ni aún los poderosos y conquistadores Aztecas. Para entonces tuvo lugar también el arribo de los frailes franciscanos, conquistadores espirituales de la región, quienes se dedicaron a evangelizar y bautizar a la mayoría de los indígenas habitantes de Taximaroa. Entre éstos religiosos venía Fr. Marco de Villalba, el más joven de los frailes, que había abrazado la carrera monacal debido a la temprana muerte de su prometida, una, rubia joven española que sucumbió durante una epidemia de Viruela. Fray Marco vivía dentro de una vorágine de trabajo y sacrificio; era el que más temprano abandonaba el duro lecho; el que más tarde se retiraba a descansar; quien hacía las caminatas más largas hacía los lugares más lejanos de la "Encomienda" para celebrar bautismos, matrimonios o para llevar el viático a moribundos, quizá buscando con ello la paz que su espíritu reclamaba, ya que' a menudo le asaltaban dudas y sentimientos encontrados sobre su vocación.

No obstante la caridad y bonhomía de los piadosos varones, gran número de, naturales habían huido del "caserío" remontándose a los bosques y cerros aledaños para escapar de las enfermedades que, había llevado consigo la soldadesca hispana; del infamante "hierro" del encomendero que marcaba para siempre su rostro, y degradaba su espíritu; del agobiante "Tesquio", que los obligaba a desempeñar las labores más arduas en las propiedades de sus "amos"; del Bautismo, que les exigía cambiar su nombre original por el escogido por los franciscanos, a renegar de sus dioses para venerar a la figura de un hombre martirizado y sangrente, a una señora hermosa pero "blanca" y desconocida y a vestir con ropa que les pesaba tanto como la sumisión a que los tenían sometidos.

En lo alto del macizo montañoso que corre al sur de Taximaroa cuyas faldas cubiertas de enormes "Dó" (peñascos o piedras) cortados a pies y de espesos bosques poblados de "Tuí - de" (árboles que gotean resina), Oyameles, Encinos y Ailes en cuyo ramaje moraban el Cenzontle, el Jilguero, el Clarín, la Calandria y el Gorrión, cuyo canto semejaba un coro sacro entonado bajo la umbría y majestuosa cúpula formada por la floresta, el piso de la cual, alfombrado por el "Ocoshal" o "Huinumo" (agujas de pino secas) amortiguaba más aún el cauteloso paso del venado, el tepezcuintle, el coyote, el armadillo, el tlacuache y el conejo, acechados siempre por el feroz gato montes y alertados por el gruñido del Quebrantahuesos y el chillido del gavilán; donde por las noches solo se escuchaba el "Tu-Kurú" (canto del búho), el chirriar del "Gi" (grillo), el aullido del coyote y la densa oscuridad sólo era rota por la intermitente luz de los "alumbradores" o luciérnagas, era donde moraba una joven indígena, hija de un cacique de Taximaroa, quien, en compañía de gran número de aborígenes se había retirado hacia esas soledades para evitar el sufrimiento, crueldad, vejaciones y pérdida de las costumbres y tradiciones de sus mayores.

El venerable anciano había muerto en medio de una gran tristeza al contemplar desde. lo más alto del macizo como en los lugares donde anteriormente se levantaban los "cúes" (pirámides o adoratorios) principales dedicados a "Tata Huriata" (El Padre Sol) y a "Oxomoco" (La Madre Luna) se alzaban ahora extrañas construcciones en lo alto de las cuales campeaba un madero entrecruzado ante el que los españoles se arrodillaban y rendían pleitesía, obligando a hacer lo mismo a sus hermanos de raza. A la muerte del cacique, su hija recibió el cargo y era la ¬que gobernaba al grupo de indígenas que ahí vivían, en chozas alejadas unas de otras y en lo más espeso del bosque para despistar a los soldados hispanos que buscaban a los naturales.

Era esta joven de hermosura netamente indígena, de estatura mediana y formas armoniosas, que aunque carecían de la esbeltez de la caña poseían las redondeces del "guaje", que no lograban ocultar el "Pahui" de manta bordada de una sola pieza y el "Quesquémetl" de burda lana que la cubrían y protegían de las bajas temperaturas propias de aquellos lugares. Su piel, aunque morena, tenía en sus mejillas el color del "Oxoli" (durazno); sus ojos rasgados eran oscuros como las "pichecuas" y su cabello negro y brillante como el "Ka-a" (cuervo), caía por su espalda hasta casi rozar sus tobillos; su voz era suave y con un dejo melancólico, de ahí su nombre: "Dumitzu" (Tórtola que canta triste). Ella, sola o acompañada de otras doncellas subían diariamente hasta el pico más alto de la montaña, donde se había construido un rudimentario "Cú", para renovar el fuego sagrado y las ofrendas consagradas a sus dioses y a orar porque los protegieran y no faltara el sustento a sus familias, en las cuales eran escasos los varones. Abajo, en Taximaroa había gran movimiento pues un grupo de soldados acompañados por algunos frailes, (para frenar los desmanes de los primeros) se disponían a subir por las empinadas laderas de la montaña donde vivían Dumitzu y sus familias y que en esa época ellos denominaban "Do- Tuí-de" (lugar donde abundan las rocas y los árboles que gotean resina). Los propósitos de los españoles eran: capturar a los indios que vivían en las alturas, ya que les, hacía falta "mano de obra" para el buen rendimiento de la encomienda y buscar vetas de metales preciosos que les habían informado abundaban en dicha sierra. Los vigías del "Cú" descubrieron la expedición que comenzaban a ascender por las abruptas cuestas del macizo, corriendo a avisar a los suyos para ocultarse en la espesura por lo que a la llegada del grupo español no encontraron alma viviente y menos encontraron las vetas de los ambicionados metales.

Uno de los frailes que formaba parte de la caravana era Fray Marco de Villalba, el cual, al buscar retiro para sus oraciones se adentró bastante en la espesura y no logró encontrar el camino para regresar con sus compañeros, extraviándose en lo más profundo del bosque. Estos lo buscaron y al no localizarlo creyeron que se habría desbarrancado en alguno de aquellos enormes peñascos o que algún animal lo hubiera atacado motivo por el cual regresaron a Taxirnaroa con un hombre menos y sin haber cumplido ninguno de sus propósitos: capturar indígenas y encontrar metales preciosos. En efecto. Fray Marco después de caminar horas y horas por aquellas soledades fue atacado por un gato montés. Herido, hambriento y fatigado descubrió el "Cú" que permanecía solitario con el fuego sagrado encendido y el interior colmado de "ofrendas" consistentes en guajes con agua, elotes, calabazas y chayotes cocidos, peras, duraznos y racimos de capulines y zarzas; comió y bebió lo necesario para reponer sus fuerzas pero su estado febril lo hizo perder el conocimiento quedando al abrigo del santuario donde a la mañana siguiente fue encontrado por Dumitzu, la cual con temor, pero con decisión se acercó a contemplar lo, quedando cautivada por sus facciones que, aunque cubiertas de tierra y sangre, eran finas pero varoniles, lavó sus heridas y refrescó su cuerpo, el fraile recobró la conciencia sorprendido también por la presencia y prestancia de la joven. Con el escaso Otomí del religioso y la "castilla" (idioma español) de Dumitzu, el primero explicó el motivo de su presencia por lo que Dumitzu temiendo por su vida lo condujo al interior de una cueva para ocultarlo, acudiendo diariamente a curar sus heridas con remedios y hierbas silvestres y a proveerlo de agua y alimento.

El flechazo fue mutuo, la belleza y bondad de la doncella, la gratitud del franciscano, su vocación no muy arraigada y la convivencia diaria en aquellas soledades, contribuyeron a que la relación amorosa fuera inevitable, tanto, que Dumitzu olvidando las obligaciones de 'mantener el fuego sagrado encendido y las ofrendas del "Cú", pasaba día y noche en compañía de Fray Marco quien olvidándose de sus votos y consagración como sacerdote, se dejó llevar por aquella vorágine de sentimientos mundanos. Ello motivó que su ilícita relación fuera descubierta por los familiares de la hija del cacique, quienes temiendo la ira de sus dioses por el abandono del santuario y el vínculo de su coterránea con un español, celebraron una cruenta ceremonia en, la que Dumitzu fue arrojada desde lo alto del adoratorio, escapando el fraile de sufrir la misma suerte por la oportuna llegada de los soldados españoles que tomaron prisioneros a los indígenas conduciéndolos a Taximaroa donde fueron entregados en calidad de esclavos. Fray Marco, después de revelar su grave falta en confesión y atormentado por el recuerdo de Dumitzu, el quebrantamiento de sus votos y el sentirse culpable de la suerte corrida por los indígenas capturados, fabricó una pesada cruz de madera de encino y con ella a cuestas ascendió penosamente hasta la cumbre donde se encontraba el semidestruido "Cú", al cual prendió fuego y sobre sus cenizas oficio una póstuma misa rogando a Dios por la salvación del alma de la joven sacrificada y de la suya misma y se arrojo al abismo.

Desde entonces esta parte de la sierra fue llamada "Cerro del Fraile", ya que a determinadas horas del día y por efecto de las sombras, sobre un peñasco cortado a pico se ve claramente, desde la ciudad, dibujarse la silueta de un sacerdote. Si usted sube a dicha montaña sus ojos se recrearán con el hermoso valle de la legendaria Otompan - Tlaximaloya, asiento de la antigua y valerosa Taximaroa hoy moderna Ciudad Hidalgo. Escuchará el ulular del Bui-Ti (viento), el graznido del "Kaá" (cuervo), el murmullo de las oraciones de Fray Marco de Villalba y el lamento de Dumitzi (la tórtola que canta triste) que llora por su amado y por sus hermanos capturados: los "Bedi-pefi" (indios perdidos y esclavizados).


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